“Era una mujer a quien le había sido arrebatado su idioma infantil, y ningún otro lenguaje deja al descubierto el corazón” (1).
Esta frase puede servir como centro en torno al cual gira toda la vasta novela de Joyce Carol Oates, La hija del sepulturero. A pesar de sus casi setecientas páginas, y de la indudable densidad de la historia, Carol Oates consigue que penetremos, como a través de una herida abierta por un preciso bisturí, en la esencia misma de la búsqueda de una identidad que, literalmente, pueda salvarnos la vida. A través de la historia de los Schwart durante tres generaciones, y con Rebecca como centro y eje, asistimos al desarrollo de un hilo narrativo que arranca (aunque no en la novela, ya que se trata de un flashback en este caso muy inteligentemente utilizado) en 1936 y concluye en 1999, abarcando así gran parte del siglo XX. Con un lenguaje tan duro como lírico, la autora nos lleva con mano maestra a través de la existencia de unos personajes que luchan por echar raíces en una tierra que, en muchas ocasiones, sienten que no les pertenece, que no es la suya, que es ciertamente hostil. Y la palabra juega aquí un papel importante, crucial. Aprender un idioma es la diferencia entre tener o no tener identidad, entre adaptarse o morir, entre tener una vida u otra. Es curioso cómo el personaje que más lucha por adaptarse, Rebecca, gana en el colegio un concurso de deletreo de palabras (algo muy típico de la cultura norteamericana y que hemos visto en muchas películas) y recibe como premio un diccionario, libro que le acompañará en buena parte de su futura aventura.
Sin embargo, en la segunda parte de la novela, el lenguaje de las palabras es sustituido por el lenguaje de la música, suavizando, como si de una partitura de Chopin se tratara, parte de la dureza innata en esta trama. Esta segunda parte de la historia actúa como negativo (pero en positivo) de la primera parte. El lector tiene la sensación de que tanta felicidad parece irreal. Creo que este es uno de los grandes aciertos de la novela. Con unas primeras trescientas cincuenta páginas tan duras, el lector no siente como felices los momentos vividos en la segunda parte, y un dulce poso de tristeza impregna cada página, siempre leídas con avidez.
Novela sobre identidades y palabras, sobre cómo el lenguaje construye realidades y espacios en los que poder vivir (o más bien sobrevivir) en un mundo difícil. Imposible no acordarse al leer esta obra del maravilloso libro de Orhan Pamuk El libro negro, novela que, salvando las distancias, guarda muchos puntos en común con La hija del sepulturero.
MARCO A. TORRES
(1). OATES, J.C., La hija del sepulturero, Santillana Ediciones Generales, S.L., Punto de Lectura,
Madrid, 2009, p. 647.
Uno de los mejores libros que he leído. Gracias, Marco por ser tú quien me lo recomendara.
ResponderEliminarExcelente información sobre la obra sin desvelarnos sus entresijos. Invita a que la leamos. Gracias, Marco.
ResponderEliminarTengo ganas desde hace tiempo de leer esta novela. A ver cuándo me la prestan!!
ResponderEliminarMarco, te comunico que siguiendo la cadena del premio de Liebster blog para destacar cinco blogs, he elegido este en primer lugar.
Te dejo las condiciones para seguir la cadena y darse a conocer. Un abrazo.
1. Copiar el premio en el blog y enlazarlo al bloguer que te lo otorgó.
2. Señalar tus cinco blogs preferidos con menos de 200 seguidores y escribir comentarios en sus blogs para que conozcan que han recibido el premio.
3. Y, por último, esperar que continúen con la cadena y elijan a sus 5 blogs preferidos. (Entre ellos no debe estar el blog de la persona que te ha elegido) Encontrarás el banner en VE.