domingo, 6 de febrero de 2011

REGRESAR

Volver es siempre algo familiar. Se regresa al hogar después de una noche de juerga con los amigos, tras un viaje, al finalizar la jornada laboral. Allí nos esperan las cosas conocidas y amadas; las personas sí, pero también los objetos, los olores, los colores; todo lo que, en definitiva, mitiga nuestras más oscuras inseguridades y fatigas. Ulises regresa a Ítaca tras un periplo lleno de aventuras, pero también tras una cruenta y larga guerra, algo que a menudo pasa inadvertido, no sé si por comodidad o por ignorancia, ya que en la Ilíada queda claro que Ulises lleva unos buenos años metido en la guerra contra Troya. Y es que tanto la Ilíada como la Odisea pertenecen a ese género de libros de los que muchos hablan pero no tantos han leído en su totalidad, lo que viene a ser igual que hablar de alguien sin apenas conocerlo. Pero no nos desviemos del tema y dejemos esta sugerencia de los libros sobre los que se habla pero que no se leen para otra ocasión. Ulises regresa a Ìtaca porque allí le esperan Penélope y Telémaco, pero también las colinas y las playas de una tierra a la que pertenece porque en ella están anclados sus más remotos recuerdos.

            Hace algunos años tenía la costumbre, cuando se acercaba el calor del mes de Junio, de volver a visitar a mi amigo Jay Gatsby, de regentar sus interminables fiestas llenas de chicas guapas y hombres que empinan el codo, de conversaciones entre banales y trascendentales, de amaneceres llenos de amargura y añoranza. Cada mes de Junio un coche me esperaba en la puerta de mi casa y me llevaba directamente a la mansión de mi amigo, donde la primera copa y el primer cigarrillo amortiguaban lo angosto del camino, y ella, aparecida como un fantasma dickensiano, salía a mi encuentro para abrazarme y darme uno de esos besos que solo la letra impresa y el cine pueden retratar en toda su amplitud; uno de esos besos que te desmontan y te dejan desnudo, sin nada que hacer ni que decir, sino tan solo esperar a que ella vuelva a ser la que mueva ficha. La noche transcurría apacible, como si la vida estuviera concentrada en uno de aquellos cócteles tan bien preparados por ese joven camarero estudiante de literatura y que pasaba las noches entre personas a las que no entendía pero de las que más tarde escribiría, y el alba siempre nos encontraba aturdidos por el alcohol y la música, y nos enseñaba que al fin y al cabo somos humanos. El mismo coche me llevaba de vuelta a casa, no sin antes despedirme de Jay con un fuerte apretón de manos y un “nos vemos en Junio”.

            Cuando apartaba los ojos de mi libro y miraba alrededor me asaltaba la duda, por unos instantes, de si estaba en mi casa o no. Y es que hay sensaciones que son irrepetibles. Una de ellas es leer un buen libro. Otra, aún más intensa, es releer un buen libro. Leer un buen libro es encontrar un hogar. Releer un buen libro es volver al hogar, y los regresos son siempre mucho más literarios.

            MARCO ANTONIO TORRES

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