jueves, 14 de abril de 2011

EL MUNDO COMO UN AEROPUERTO: PLATAFORMA, DE MICHEL HOUELLEBECQ

            Me enfrento a la segunda novela que leo de Michel Houellebecq con ánimo pero con miedo. Hace apenas cinco días que concluí la lectura de Las partículas elementales y aún con la resaca del radical nihilismo de este autor francés me adentro en Plataforma. No me ha defraudado. Me reitero en mi impresión de que estamos ante un gran autor. Ante un autor perdurable, no una flor de un día. Pero también me reitero en la impresión de que no es un autor recomendable a todo el mundo. No es el tratamiento del sexo lo que más me preocupa a la hora de dudar entre si recomendarlo o no; es su infinita poca fe en el hombre, en la capacidad de éste para alcanzar la felicidad, en la más que probable ausencia de futuro que nos espera a los hombres, en la baja moral (por no decir nula) que viste esta Europa decadente. Por eso me resulta curioso que todas las polémicas que tiene este autor sean por dos temas:

-          La cruda exposición de las relaciones sexuales.
-          La supuesta islamofobia que transpiran sus textos.

El primero de los temas polémicos es cierto: Houellebecq relata los encuentros sexuales de sus personajes con todo lujo de detalles, con toda su desnudez. ¿Algún problema en pleno siglo XXI  con este asunto? Sería preocupante...

En cuanto a la supuesta islamofobia no estoy de acuerdo. Quien opine que en Plataforma o en Las partículas elementales hay un frontal rechazo al Islam es que o no ha leído ambas obras o, lo que es peor, las ha leído mal. Otra cosa es que criticar ciertas posturas del Islam esté mal visto por algunos sectores de la sociedad, cosa que tampoco entiendo, pues en democracia y con libertad de expresión cualquier idea es criticable.

Plataforma es, finalmente, una novela sobre la ausencia de felicidad y la eterna búsqueda de esa quimera, sobre el sexo como producto de mercado, sobre las relaciones humanas y las humanas relaciones, sobre el mundo de los viajes y, por encime de todo, sobre los aeropuertos. Y es que nuestro mundo, según Houellebecq, no es más que un enorme aeropuerto en el que siempre estamos de paso, o esperando a alguien.

MARCO A. TORRES

domingo, 10 de abril de 2011

LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES, DE MICHEL HOUELLEBECQ

           
            “Toda  sociedad tiene  sus  puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte.”  Michel Houellebecq

           
            De vez en cuando un libro decide pegarte un par de bofetadas.
            De vez en cuando, cada vez más de tarde en tarde, un libro consigue despertar algo dormido en tu interior.
            De vez en cuando un libro  hace pedazos esos esquemas ya llenos de telarañas.   
            De vez en cuando un libro logra zafarse del trasnochado discurso de izquierdas y derechas y sabe golpear en ambas direcciones, sin piedad.                                                           
            De vez en cuando un libro hace que la palabra “polémica” esté plenamente justificada.

            De vez en cuando un escritor hace honor a esa palabra.
            De vez en cuando, cada vez más de tarde en tarde, un escritor consigue parir una OBRA, así, con mayúsculas.
            De vez en cuando un escritor logra escribir algo que  de verdad merece la pena.
            De vez en cuando un escritor logra meter el dedo en la llaga para que salga toda esa maloliente y desagradable pus.
            De vez en cuando un escritor es capaz de nombrar las cosas por su nombre.
            De vez en cuando un escritor en vez de pluma utiliza un bisturí.

            De vez en cuando un lector tiene que ejercer de lector.
            De vez en cuando, cada vez más de tarde en tarde, un lector entabla con la obra que lee una relación particular.
            De vez en cuando un lector deja  el rastro de su mirada en un libro.
            De vez en cuando un lector siente que por dentro algo vuelve a nacer para  volver a morir para volver a nacer para volver a morir.
            De vez en cuando un lector consigue leer.
            De vez en cuando un lector lee y además LEE.
            De vez en cuando un lector puede cerrar un libro con la certeza de que algún día volverá a abrirlo.

           ADVERTENCIA: Las partículas elementales es un libro que todo amante de la literatura debería leer. Sin embargo, me veo obligado a no recomendarlo a aquellas personas especialmente sensibles, ya que  la extrema dureza de algunas de sus descripciones junto con el profundo y radical nihilismo que  transpira la obra hace que ésta sea de difícil digestión.
    
           MARCO A. TORRES

martes, 5 de abril de 2011

PARÍS, NINA SIMONE Y LAS SEGUNDAS OPORTUNIDADES...

Recordaba vagamente Antes del amanecer, tan vagamente que volver a verla no fue realmente volver a verla sino verla por primera vez. Tras pasear hora y media por una Viena de película (como tenía que ser) Ana y yo decidimos ver Antes del atardecer, continuación de la anterior pero con nueve años de diferencia. A pesar de que El padrino II me gusta más que El padrino, realmente no esperaba encontrarme con una cinta tan madura, emocionante (si, muy, muy emocionante), sincera y desnuda como la que asaltó mis retinas.

            Para empezar está París. Ya desde la primera escena en la Shakespeare and Company (ay,...) sabes que vas a reconciliarte con el buen cine; con ese que te agarra y no te suelta hasta que los títulos de crédito te despiertan, porque el cine es un sueño a veinticuatro fotogramas por segundo; con ese cine donde la historia y los actores invaden la pantalla de tal modo que hasta te olvidas que estás viendo una película. Y luego pues nada, a pasear y a hablar, tal y como haríamos en nuestra vida; tomar un café, encendernos un cigarrillo (mmmm...), contar un chiste y contar nuestras miserias, lo tristes que son nuestras frustraciones, las cosas que nos salieron mal y de las que renegamos en silencio, las oportunidades perdidas... El Sena, Notre Dame, el barrio latino... andar, andar, hablar, hablar, reír, llorar, mirar... Y cuando el ambiente está ya caldeado, cuando el horno ha alcanzado la temperatura idónea para que la masa del bizcocho se dore perfectamente, entonces es cuando entramos en el apartamento de Celine, que es un mundo en si mismo. Ese apartamento encierra el universo y la esencia de toda la película: por eso ahí es donde el tiempo, que hasta entonces corría jugando en contra de los protagonistas y del espectador, se detiene, se congela. Y Celine coge su guitarra y canta un vals. Pero no canta como normalmente cantan en las películas, sino como le cantarías una canción a la persona que más quieres, sonriendo, incluso riendo... Y Jesse pone un disco de Nina Simone y Celine baila imitando a la gran Nina. Toda esta parte de la película es un milagro; un puro y real milagro cinematográfico. Eso no es cine, es otra cosa; como otra cosa era la escena del milagro de Ordet, como otra cosa era la conversación de James Stewart y Richard Widmark a la orilla del río en Dos cabalgan juntos, como otra cosa era el motocarro de Casen alejándose al compás de un villancico en Plácido.

            Y Celine sigue bailando al compás de Nina Simone, mientras Jesse está sentado en un sofá y mira con los ojos llenitos de ayer. Ambos, y tú también, acaban de darse cuenta. Hay que coger las segundas oportunidades que nos ofrece la vida, porque no siempre podremos hacerlo. Chico, creo que vas a perder ese avión, dice Celine. Lo sé, dice Jesse. Yo también, añado.

            MARCO A. TORRES