La guitarra de Woody Guthrie tenía inscrita la siguiente frase: This machine kills fascists.
Vivimos tiempos agitados. Todo lo que hasta ahora parecía estable, inmutable, comienza a tambalearse, a cambiar y a retroceder. Es en circunstancias como la presente cuando uno levanta la cabeza e intenta aguzar el oído para ver si alguien dice algo interesante; algo que, de alguna manera, nos ilumine. Sin embargo, muchas veces sucede que tras escuchar lo que otros tienen que decir las dudas se acrecientan aún más.
Tengo la sensación de que muy a menudo confundimos el término “escritor comprometido” con “escritor que, casualmente, piensa lo mismo que yo” Por decirlo de otro modo, si alguien ahora me preguntara: ¿es Mario Vargas Llosa un escritor comprometido? Mi respuesta sería que sí. ¿Tiene Vargas Llosa una “ideología” similar a la mía? Mi respuesta sería que no. Nuestro mundo tiende de una manera cada vez más exagerada a la etiqueta fácil, donde términos como “izquierda” o “derecha” parecen sinónimos de “comprometido” y “reaccionario” Pero uno va cumpliendo años y, sobre todo, lecturas como para contentarse con tan poca cosa. Lo siento, cada vez me gustan menos los escritores que, desde una determinada y muy respetada posición ideológica, son incapaces de ver más allá de esa misma posición ideológica. Lo diré claro y sin ambages: hay escritores del sector más progresista que cuando se les pregunta por el régimen cubano ponen cara de palo, cambian de tema o, lo que es aún peor, defienden lo que a todas luces ya es indefendible. Y, claro, hay escritores del sector más conservador que cuando se les pregunta por la Guerra Civil Española, por la ley de memoria histórica, por la exhumación de fosas, dicen que hay que mirar hacia delante, que aquello ya es cosa del pasado o, lo que es aún peor, que si unos mataron también lo hicieron los otros, que para eso está Paracuellos del Jarama. No me fío de ninguno de estos dos tipos de escritores, pues demuestran una alarmante falta de talento para contemplar el mundo que nos rodea y en el que vivimos. Quizás me puedan interesar sus libros (que no es poco) pero seguro que no son esos faros que tanto reclamamos. Un faro alumbra en la oscuridad, y este tipo de intelectuales son parte de la oscuridad. Por el contrario me gusta el escritor que demuestra dudas, que rema a contracorriente, que sabe superar el obstáculo de su propia ideología para señalar algo que está mal, o algo que no le gusta, o algo que se podría hacer mejor. Ese escritor no suele encajar en ninguna de las etiquetas anteriormente mencionadas; suele caer mal a ambos lados de la frontera.
George Bernanos, escritor francés con la etiqueta de conservador puesta en la espalda y, para más señas, católico, apoyó también el golpe de estado en nuestro país. Durante su estancia en Palma de Mallorca pudo contemplar la dura represión a la que los fascistas sometían a los partidarios de la legalidad republicana, y no dudó en ningún momento en escribir uno de los libros más duros, claros y comprometido sobre nuestra guerra civil: Los grandes cementerios bajo la luna.
George Orwell repartió leña por igual a un lado y a otro, cual boxeador arrinconado en el cuadrilátero de las letras, y, así, escribió su maravilloso Homenaje a Cataluña durante su experiencia de la Guerra Civil Española y su Rebelión en la granja y 1984 tras ser testigo del alzamiento de todo tipo de totalitarismos, tanto en Alemania con Hitler como en Rusia con Stalin.
No pretendo hacer aquí una retahíla de ejemplos que todos conocemos, pero imagino que con los tres autores citados queda claro lo que quiero decir. El verdadero intelectual es aquel que sabe mirar el mundo y que, por medio de la palabra, trata de explicarlo a los demás. Las etiquetas sólo sirven para que no nos perdamos en los hipermercados, pero no para la vida, ni para la literatura. Sin embargo hay autores que viven muy cómodos con sus etiquetas, alardeando e incluso haciendo carrera a costa de ellas. No me apetece poner ejemplos de estos tipos siniestros y su legión de seguidores. Sólo diré que existen a ambos lados de esa frontera absurda con la que algunos pretenden delimitar nuestro pensamiento. Ah, se me olvidó decir que tampoco me gustan las fronteras...
Me es imposible cerrar esta reflexión con una conclusión. Sólo lanzar un último pensamiento, una última idea. Un escritor con lo primero que tiene que comprometerse es con su propia obra, con su propia literatura, con sus propias palabras. Como lector, es decir, como náufrago que busca un trozo de madera que me permita no morir ahogado en este inmenso mar de confusión, de nada me vale las proclamas, las pancartas, los grandes axiomas tras los que muchos supuestos escritores se esconden. Lo que necesito es abrir un libro y leer al menos una frase que arroje un poco de luz.
Insisto, la guitarra de Woody Guthrie tenía inscrita la siguiente frase: This machine kills fascists.