domingo, 3 de febrero de 2013

Madame Bovary


Leyendo Madame Bovary me encuentro con el siguiente diálogo (capítulo 2 de la Segunda Parte) entre el boticario, Carlos, Emma y León:

            “-… Y si a la señora le gusta la jardinería, podrá…

            - Mi mujer no se ocupa de eso – dijo Carlos-, prefiere aunque tiene recomendado el ejercicio, quedarse en casa leyendo.

            - Como yo – dijo León-, ¿y qué mejor ocupación que permanecer al lado del fuego con un buen libro, mientras que el viento suena en la calle y azota los cristales del balcón?

            - ¿No es verdad que sí?- exclamó ella fijando en él sus grandes ojos negros muy abiertos.

            - No se piensa en nada, las horas pasan; paséase uno sin moverse por los países que cree ver, enlazándose el pensamiento con la ficción se goza de los detalles, se sigue el hilo de las aventuras, mezclase con los personajes, en una palabra, parece que uno palpita bajo sus vestidos.”

            Evidentemente se trata de uno de los temas clave de la maravillosa novela de Flaubert. Sin embargo, no quiero hablar ahora de eso (ya lo haré más adelante, o no). El caso es que este diálogo en el que se habla de lo que es la esencia del Bovarismo me ha hecho recordar el punto 6 de los Derechos Imprescriptibles del lector que Daniel Pennac coloca al final de su ensayo Como una novela:


                                6

                        El derecho al bovarismo

            (enfermedad de transmisión textual)

Eso es, grosso modo, el bovarismo, la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco. (…)

(…) De ahí la necesidad de acordarnos de nuestras primeras emociones de lectores, y de levantar un altarcito a nuestras antiguas lecturas.(…)”
(Del texto de Daniel Pennac, Como una novela, Editorial Anagrama, Colección Argumentos)
 
            Creo que uno es lo que ha leído, el cine que ha  visionado o las canciones que ha escuchado. De vez en cuando conviene dejarse arrastrar por el bovarismo, al menos para no olvidar las razones que hoy nos hacen ser de una determinada manera.

http://itacadeshabitada.blogspot.com.es/2010/10/ediciones-forum-sa.html

2 comentarios:

  1. De acuerdo con esta maravillosa reflexión. Para mí, Madame Bovary, sigue siendo uno de mis referentes. También me alegré cuando vía a mi hijo leyéndolo. Yo no se lo recomendé, pensé que por su edad, no le gustaría (tenía veintisiete años)pero le encantó. Así es que ya somos tres generaciones. Un buen texto, Marco. Siempre es un placer leerte.

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  2. Hola Amparo. Voy justo por la mitad de Madame Bovary y me está gustando mucho. Ana, mi mujer, lleva años insistiendo para que la leyera y he llegado a pensar que me regaló el Curso de Literatura Europea de Nabokov porque venía incluida en las lecturas recomendadas y analizadas. Lo que más me sorprende de la novela de Flaubert es lo terriblemente moderna que es en su estilo. Sin embargo no puedo ocultar que el personaje de Emma Bovary me resulta, por momentos, ciertamente antipático, aunque entiendo su lucha y su revolución quizá no comparta sus métodos. Imagino que es el precio a pagar por ser un lector del siglo XXI. También entiendo lo valiente que fue Flaubert al escribir esta maravillosa novela (de hecho tuvo serios problemas para verla publicada...) . Creo que no hay edad para acercarse a las grandes obras de la literatura universal. Tu hijo, sin conocerlo, me cae cada vez mejor :) Un fuerte abrazo, Amparo, y muchas gracias por comentar.

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